Entera y sin costuras. Arañando la costa como babas del diablo, la espuma serpentea. Como último aliento de un orgasmo infinito. Como el reborde alado de un ángel sin memoria que repite y repite la cadencia inconclusa.
Se abandona en la orilla y se confunde en abrazo —húmedo, carnal, profano— con la piel firme y cetrina que la absorbe gozosa.
Espirales de besos van dejando la huella de esa unión perenne, inevitable.
Entera y sin costuras vuelve una vez y otra vez a desmayarse sobre el límite final del viaje, en el principio del después, horizonte y frontera, arena y sal. L.C.
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